Ibiza detrás de la fiesta

Si hay algo que los habitantes de Ibiza detestan es la imagen asociada de ese pequeño paraíso mediterráneo a la vida nocturna más desenfrenada. Y es que detrás de la fiesta hay algo más; mucho más en realidad: una isla con historia milenaria donde hallaremos la impronta de diversas culturas amalgamadas, paisajes de serena belleza, arquitectura con carácter histórico y esencia mediterránea.

Con todo, no podemos obviar que la fiesta es el reclamo principal de esa hermosa isla y el sello por el que es conocida mundialmente. En los años 60 y 70 del siglo pasado se labró la imagen de una tierra permisiva dentro del ya caduco régimen dictatorial del general Franco, un lugar donde la libertad de expresión y creación eran signos distintivos y acaparaban la atención internacional de un turismo diferente al que llegaba a la España pre-democrática. El colectivo hippy, llegado de Estados Unidos y Centroeuropa fundamentalmente, arraigó en un rincón del Mediterráneo idílico y casi inexplorado por el turismo, aportando su ansia de libertades en connivencia con una sociedad rural y empobrecida que acogió a esos extraños melenudos, los peluts, precisamente por el respeto y admiración que mostraban hacia su forma de vida rural y hacia la belleza auténtica de su paisaje.

Con ellos llegaron influencias culturales de otros confines del mundo que en el resto de España permanecían prohibidas por el régimen franquista. Y con ellas, otro tipo de turismo. El hedonismo fue la principal característica de unos visitantes, y luego nuevos moradores, que buscaban un paraíso propio y, pronto, la música y el baile cobraron protagonismo. Y es que lo que se escuchaba la Ibiza  de esos años nada tenía que ver con lo que sonaba en la península, precisamente porque los residentes extranjeros se hacían traer discos de solistas y bandas de moda en Gran Bretaña, Estados Unidos, Holanda, Alemania y otros países. Quienes visitaban la isla pronto caían en el poderoso atractivo de esa modernidad extraña en un país atenazado por los preceptos del nacional-catolicismo de Franco; de esa supuesta libertad que se respiraba en la isla, si no eras aborigen, claro; pues la sociedad autóctona era -y es, en general,- menos permisiva al respecto. Con todo ese bagaje, Ibiza siguió cobrando fama internacional y sus noches -y días- de baile fueron referente hasta el punto de que hoy en día, la música dance ha de pasar necesariamente por Ibiza.

Pero ese aura de desenfreno, pese a ser el principal sustento económico de los isleños, cuenta con numerosos detractores que se afanan por intentar cambiar el modelo turístico, abriéndose más a otros sectores y poniendo en el foco  la verdadera esencia de la isla. Ardua tarea, ya que al mencionar el nombre de Ibiza, automáticamente, todos pensamos en noche y juerga. Sin embargo, hay mucho más detrás de la fiesta para quien quiera conocer la verdad oculta al espejismo del hedonismo. Su historia se remonta a tiempos fenicios y su carácter fue moldeado por las sucesivas ocupaciones de distintas culturas, como la musulmana, que dejaron una fuerte impronta en aspectos esenciales, como su arquitectura rural, usos y costumbres o ingeniería hídrica. Tras la dominación musulmana, llegó la católica, impuesta por las huestes catalanas, que legaron su lengua y su cultura, y después llegaron influjos del poder vigente en cada época.

El casco histórico de la ciudad que da nombre a la isla, rodeado por unas impresionantes murallas -árabes en origen y renacentistas en su última etapa- está declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y constituye, por lo tanto, un foco de interés para amantes de la cultura. Situado en un promontorio que se eleva sobre la ciudad moderna cual acrópolis ateniense, resulta de lo más espectacular y recuerda a las fortalezas del Caribe, tan ligadas a la piratería. No podemos obviar que la historia de la ciudad y de la isla está también unida a las incursiones protagonizadas por piratas berberiscos y a la presencia de corsarios locales que le aportaron riqueza con sus actividades. De hecho, Ibiza hace alarde de ser uno de los escasos lugares del mundo que rinde homenaje a los corsarios, en su caso mediante un monumento en forma de obelisco muy visible ubicado en su puerto.

Algunos de esos corsarios, al igual que hicieran las familias aristocráticas, legaron palacetes que adornan las callejas empedradas de la ciudad amurallada de Dalt Vila, donde, además, disfrutaremos de la arquitectura tradicional mediterránea y de la interesante arquitectura militar de sus murallas, en la que hallamos grandes baluartes y una espectacular ronda que nos permite circular por la parte alta de gran parte de su perímetro. El proyecto de fortificación de Dalt Vila se debe al ingeniero italiano Giovanni Battista Calvi, aunque su finalización corrió a cargo de Giacomo Paleazzo ‘El Fratin’. El recinto amurallado tiene forma de heptágono irregular y en cada uno de los vértices hay un baluarte defensivo. En su interior hallamos edificios emblemáticos como la Catedral de Santa María, construida entre los Siglos XIV y XVIII, el antiguo Convento de los Dominicos (sede protocolaria del Ayuntamiento), la Casa de la Curia o las iglesias de L’Hospitalet y El Convent, entre otros.

La imponente silueta de Dalt Vila es la primera imagen que ven quienes llegan en barco a la isla. Es una entrada espectacular, donde la ciudad abaluartada emerge por encima de las pintorescas casas que antaño fueron residencia de pescadores y que forman los barrios de Sa Penya y La Marina, centro del bullicioso ambiente comercial y nocturno anexo al puerto, repleto de tiendas, bares y restaurantes. A sus pies, la ciudad se extiende hacia el primer ensanche que supuso el paseo de Vara de Rey y, tras él, la Plaza del Parque, que constituyen el centro neurálgico de reunión de ibicencos y visitantes. La avenida de España, que nos dirige hacia la autovía del aeropuerto, y la avenida de Santa Eulària, que transcurre paralela al puerto para conectar con el barrio y playa de Talamanca, constituyen los ejes en los que se extiende la ciudad, que se cierra al Norte con Can Misses y al Este con Ses FigueretesPlatja d’en Bossa, uno de los arenales más extensos de la isla.

Tomando a la «capital» de la isla como referencia para nuestra estancia y obviando toda la escena nocturna, podemos dedicar nuestro tiempo a recorrerla y descubrir sus playas, sus puestas de sol y su cultura gastronómica. La isla de Ibiza  es muy fácil de abarcar: Tan sólo existe una distancia máxima de 41 kilómetros de Norte a Sur y 15 de Este a Oeste. Tras Mallorca y Menorca, es la tercera isla en extensión, con 572 km², pero dispone de 210 km de costa en los que hallaremos playas y calas idílicas con unas aguas de tonos turquesas espectaculares. Cinco municipios forman la isla: Eivissa (Ibiza), Sant Josep, Santa Eulària, Sant Antoni y Sant Joan.

Para una primera visita a la isla mi consejo es alojarse en la ciudad de Eivissa, ya que contaremos con mayores servicios, especialmente si optamos por descubrir sus encantos en temporada baja. Una buena opción de alojamiento es el hostal El Parque, céntrico y coqueto; pero si tenemos un bolsillo más holgado hallaremos una amplia oferta de establecimientos, algunos de ellos dentro del recinto amurallado. Desde ese emplazamiento, siempre tendremos a mano el casco histórico para visitarlo en cualquier momento. Podemos aprovechar también para descubrir el Museo de Arte Contemporáneo durante nuestra visita a Dalt Vila, así como el Museo Arqueológico y la necrópolis del Puig des Molins, donde hallaremos vestigios de los primeros pobladores de la isla, los púnicos y los fenicios, que legaron entre otras cosas la mítica escultura de la cabeza de la diosa Tanit.

Recomendable alquilar un coche para poder desplazarse por la isla. Las iglesias, blancas y robustas, son algunos de los monumentos de interés. Algunas de ellas funcionaban como pequeñas fortalezas para refugiar a los campesinos ante los ataques de los piratas turcos y cuentan con torres fortificadas. Entre las más interesantes os recomiendo la de Santa Eulària des Riu, dotada de un amplio porche sustentado por arcos; la de Sant Miquel, en la que  se conservan pinturas murales, o la de Sant Jordi, dotada de muros almenados.

Esa permanente vulnerabilidad pretérita ante el acoso pirata es una constante en la arquitectura isleña. Además de la fortaleza de Dalt Vila y las iglesias, todo el perímetro costero se halla vigilado por torres de defensa que permitían alertar sobre la proximidad de barcos pirata. A lo largo de toda la costa hallaremos 14 torres vigía a través de las que los antepasados de los actuales ibicencos daban la señal de alerta mediante señales de humo (durante el día) o luminosas (de noche). Alertada del peligro, la población corría a resguardarse en las torres de las iglesias, el amparo del bosque o en las torres prediales con que cuentan algunas de las casas rurales. De entre todas ellas, posiblemente la más espectacular sea la Torre des Savinar, ubicada en un acantilado con vistas al espectacular islote de Es Vedrà y la playa de Cala d’Hort, en el municipio de Sant Josep.

Y ya que hablamos de las casas rurales, conviene hacer también alguna breve reseña, ya que son un referente para muchos arquitectos por su minimalismo atemporal y su tremenda funcionalidad. Adaptadas al clima riguroso de Ibiza, fueron diseñadas con amplios muros que permitían aislar el interior del calor del verano y del frío del invierno. Encaladas para repeler el calor del sol, su tejado es plano para acumular el rocío y la lluvia y derivarlos hacia aljibes que permiten dotar a la vivienda de agua durante todo el año, y su construcción suele ser lo que hoy en día llamaríamos modular: Una base rectangular, a la que se sumaban otras a medida que era necesario ampliar la vivienda. Algunas, como se ha dicho antes, cuentan con torres prediales. Un bello ejemplo es Ca n’Andreu, en Sant Carles, convertido en casa museo. También podréis visitar el Museo Etnológico del Puig de Missa durante la visita a la iglesia de Santa Eulària.

Siguiendo con las visitas de interés arquitectónico y etnográfico, en la localidad de Sant Llorenç hallaremos el Poblado de Balàfia, considerado como uno de los mejores ejemplos de la arquitectura tradicional de la isla y cuyo origen se remonta a la época de dominación musulmana. Incluye siete casas con dos torres de refugio.

No podéis dejar de visitar las playas de Es Cavallet y Ses Salines, en Sant Josep, junto a las salinas edificadas en tiempos romanos y que aún siguen explotándose; pero si buscáis un rincón más auténtico en la misma zona tenéis Es Codolar. Eso sí, tendréis que soportar la incomodidad de apostaros sobre cantos rodados en lugar de arena. Cap des Falcó, junto a Es Codolar, es un buen lugar para acabar la jornada si habéis decidido bañaros y tomar el sol en ese área.

La costa de Sant Josep es, en mi opinión, la que concentra algunas de las playas más hermosas, como Cala d’Hort, con las fantásticas vistas al islote de Es Vedrà, o Cala Comte (también llamada Platges de Comte), con fantástica orografía y espectaculares aguas de tonos azulados y turquesas. En su costa hallamos también la pequeña cala de Sa Caleta, famosa entre otras cosas por su café Caleta, o la ahora masificada Cala Jondal.

En Sant Antoni, sus playas resultan muy recomendables también pues, comparten el ocaso con las de Sant Josep. Allí hallaremos bellas ensenadas como Cala Salada y Cala Saladeta, o si buscamos algo más salvaje tenemos Punta Galera o Cap Negret, Sa Foradada, Ses Fontanelles o la bahía de Aubarca, de acceso por mar.

El norte de la isla, de agrestes acantilados y perteneciente al municipio de Sant Joan, cuenta con Benirràs, rodeada de un aura mística otorgada por los neohippys de la zona, donde domina el islote del Cavall Bernat. Pero también hallaremos calas recónditas al pie de los acantilados, como Cala Xarraca, Cala Xuclà o es Portixol, entre otras.

En el municipio de Santa Eularia encontraremos una playa mítica entre los hippys de los 60 y los 70: Aigües Blanques,  ubicada al pie de un acantilado, en la localidad de Sant Carles, donde hallaremos el no menos emblemático establecimiento de Ca na Agneta, donde es obligado degustar el licor de hierbas ibicencas que elabora artesanalmente.

Pero conocer el paisaje de Ibiza no es sólo disfrutar de sus arenales y calas. La Ibiza auténtica se nos descubre en el interior, que conserva su pasado agrícola y su huella árabe en la arquitectura rural y los sistemas de regadío. Si escogemos la primavera para la visita podremos disfrutar del naïf espectáculo de campos verdes llenos de flores silvestres, o del valle de Corona (en Santa Agnès), lugar de paseo de muchos ibicencos cuando florecen sus almendros en febrero. Allí hallaremos, además de una iglesia, un restaurante muy conocido entre lugareños en el que es obligado pedir tortilla.

En el corazón de la isla y perteneciente al municipio de Santa Eulària, hallaremos también el núcleo de población de Santa Gertrudis. Se trata de otro de los puntos neurálgicos surgidos en torno a una iglesia con campanario en espadaña y rodeada de restaurantes. Uno entre ellos ejerce especial atracción entre lugareños: Can Costa, una auténtica pinacoteca rústica donde degustar los bocadillos más famosos de la isla.

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