China, ruta de contrastes

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En estos días de confinamiento forzado por el coronavirus Covid 19 son muchas las cosas que le vienen a uno a la cabeza. Entre ellas buenos recuerdos como el viaje a China que tuve la suerte de realizar hace muchos años. Fue uno de esos viajes organizados que tan poco me gustan -siempre prefiero ir a mi aire-, pero dadas las circunstancias del momento: el tiempo de que disponía, las dificultades idiomáticas para moverte libremente por un país tan grande, etc, nos pareció la mejor opción. Era mi primer contacto con Asia y, por lo tanto, resultó ser una experiencia llena de contrastes, magia y emociones. El llamado gigante asiático se reveló como un país fascinante, tanto por su cultura como por su cambiante entramado social. Eran finales de los 90 del siglo pasado y el país se debatía en su reciente apertura a un modelo económico mixto, donde el capitalismo controlado emergía en medio de la pobreza; un apasionante mundo de contrastes insospechados donde un espectaculares y lujosos centros comerciales al estilo occidental emergen en el interior de rascacielos, rodeados por una arquitectura urbana desvencijada, desarreglada y tercermundista. Donde pagodas centenarias de madera sobreviven asfixiadas  por edificios colmena de colosales dimensiones.

Aquí os dejo, recogidas en el diario que escribí aquellos días, las vivencias que pude experimentar durante un maravilloso periplo de 12 días hábiles en China:

Barcelona, 7 de septiembre de 1997

Bueno, por fin. Son las 13 horas (hora española) y ya estamos volando hacia Pekín. Atrás ha quedado una mañana llena de sorpresas y colas, y, por delante, 13 horas de vuelo. Sin comentarios. En ese momento, en nuestro destino son las 20 horas. Ni pensar quiero en el jet lag de mañana ¡Vaya cumpleaños me espera! Llegamos al aeropuerto de El Prat a las 7 de la mañana y al poco tiempo, tras recibir los billetes para el puente aéreo, embarcamos hacia Madrid, en cuyo aeropuerto nos hemos tenido que enfrentar a largas colas para facturar, control de pasaportes, embarque… Por fin hemos sabido cuál sería nuestra escala. Yo esperaba que fuera Moscú, pero volamos hacia Bruselas en un avión modelo 340 de grandes dimensiones y, salvo por un ruidito sospechoso y por el traqueteo en pista, no parece pintar nada mal.

Son las 15:10 horas y estamos en el aeropuerto de Bruselas. Más sorpresas: la escala técnica tiene una duración de hora y media… ¡Y sin salir del avión! A las 16:30, por fin, despegamos hacia Pekín. Nos queda lo peor: horas y horas de viaje confinados en una lata voladora.

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Tras algo más de 9 horas de viaje nos encontramos sobrevolando algún lugar entre Rusia y Mongolia, y estoy reflexionando acerca de lo incomprensible de que en China sean casi las 10  de la noche mientras para nosotros son las 4 de la madrugada. Imposible dormir. Nos han hecho la del loro y ni por esas. Como mucho se nos ha dormido un pie o un brazo. Bueno, mi compañera de viaje ha dado alguna cabezadita.

De las películas mejor no hablar. Serie B de las que se venden al peso. Interesantes los subtítulos en mandarín. En cualquier momento nos entregarán las tarjetas de entrada al país para que las vayamos rellenando y declaremos que no somos enemigos del régimen comunista y demás tonterías. No veo la hora.

8 de septiembre. Pekín

A las 7:55, hora local, toma tierra el vuelo 552 de la China Eastern en medio de una tupida niebla que no sabemos si es contaminación o nubes bajas. Al final, el trámite de la aduana se queda en nada: una ojeadita del policía de turno al pasaporte para comprobar que el nombre coincide con el del visado colectivo y ya está. La tarjeta de entrada que tan concienzudamente hemos rellenado en el avión se queda intacta. El aeropuerto de Pekín resulta deprimente. Sus paredes pintadas de verde pálido recuerdan a un hospital vetusto, al igual que su mobiliario y sus gentes hacen pensar en los años 50 de España. Los policías no paran de gritar. En el exterior, el primer contacto con China es húmedo y asfixiante. La atmósfera se puede cortar debido a la terrible humedad mezclada con un calor sofocante y, posiblemente, una elevadísima polución.

Superado el primer impacto del tercer mundo, la primera jornada en China la hemos dedicado a intentar encontrar la plaza de Tiananmén. Anduvimos kilómetros ante el asombro de lugareños a quienes pedíamos indicaciones medio en señas medio en inglés; y es que las distancias en la capital china no son como para evitar un taxi, pero a nosotros nos encanta patear ciudades y descubrir rincones, aun a riesgo de perdernos en la inmensidad de Oriente. La gente nos miraba como a seres extraños… y es que, en realidad, lo éramos, ya que apenas sí vimos algún occidental durante todo nuestro largo paseo por calles polvorientas y atestadas de gente.

A las 13:30 horas, dando por imposible nuestra búsqueda, decidimos regresar al hotel para comer algo y descansar. No nos quisieron dar la llave de la habitación hasta el regreso de nuestro guía oficial, Wang, que estaba con el resto del grupo en una excursión facultativa. El menú elegido, dos platos de costillas de cordero con patatas y verduras acompañados por cerveza Budweisser. Con los cafés regresaron los demás y pudimos acceder a la ansiada habitación, la 1215, ubicada en el piso 12 del hotel Zhaolong.

9 de septiembre. Pekín y la Gran Muralla

Efectivamente, el jet lag se ha hecho notar, aunque no de forma negativa. Estamos descansadísimos, pero no hemos podido evitar despertarnos muy pronto. A las 4:50 de la madrugada ya estábamos con los ojos como platos; así que hemos dado un buen repaso a la programación televisiva en espera del desayuno (a las 7). El programa de hoy es la esperada visita a la Gran Muralla, prevista inicialmente para mañana. Pasadas las 8:30 y tras un opíparo desayuno a base de fruta, huevos, jamón de York, tostadas y un donnut, salimos con destino a la entrada de Badaling. Fuera de programa, a un tercio de camino nos paramos en un taller de cerámica para visitarlo y -declinamos el ofrecimiento- hacer unas compras.

Llegamos al poblado de Badaling, el denominado Paso del Norte de la Gran Muralla, alrededor del mediodía. El tiempo está nublado, aunque no hace frío. Tras el inevitable reagrupamiento iniciamos el ascenso (cada cual a su aire) a uno de los tramos de la muralla más visitados. El lado izquierdo, según se mira desde donde estamos nosotros, parece las Ramblas, así que optamos por dirigir nuestros pasos en sentido contrario. La perspectiva, pese al mal tiempo, es apabullante. Pronto entendemos porqué el otro trayecto está más concurrido: la pendiente se hace cada vez más y más pronunciada. Yo decido seguir ¡De algo tienen que servirme años y años de montañismo, digo yo!

Valió la pena, aunque el último tramo fue mortal de necesidad. La vista desde la torre es asombrosa. Declarada por la Unesco Patrimonio de la Humanidad en 1987, la Gran Muralla China es posiblemente la fortificación más espectacular del Orbe. Su construcción se inició en el siglo V a.C. y se prolongó hasta el siglo XVI con la finalidad de proteger la frontera de los ataques constantes de los pueblos nómadas de Mongolia y Manchuria. La fantástica serpiente de piedra se extiende sobre crestas de colinas a lo largo de unos 6.000 kilómetros, integrando en su estructura más de 70 torres y fuertes. Su anchura media es de 5 metros y estaba concebida para que las tropas defensivas pudieran recorrer sus tramos a caballo, acudiendo veloces a la zona donde se concentraba el ataque.

A las 13:30 nos espera la guía local gritando a voz en cuello el nombre de nuestro touroperador para «reunir el ganado» y proseguir la visita. Comemos en el restaurante para invitados extranjeros donde una enorme fotografía de Ronald y Nancy Reagan preside una de las estancias. Previamente, mi compañera de viaje y yo damos una vuelta por los puestos de souvenirs entre el griterío de los vendedores que se desgañitan con un hello para captar nuestra atención. Han descubierto los inconvenientes de la feroz competencia comercial capitalista. La comida no está mal y nos da la oportunidad de conocer una cerveza autóctona, la Beijing beer. El salón, con vistas a la muralla, está repleto de fotos con las visitas de mandatarios internacionales y personajes famosos junto al presidente Zedong.

Tras la comida, nos quedamos con las ganas de visitar las tumbas de los emperadores porque parte del grupo decide que no le interesa la excursión opcional. La cuestión se podría haber resuelto con mejor organización, ya que íbamos en dos autocares. Al llegar al hotel nos llevan a una Tienda de la Amistad donde aprovecho para comprar una estatuilla de los guerreros de Xian que hoy adorna una de las estanterías de mi hogar.

Ducha rápida y a la ópera. Empieza a llover por el camino. El recinto es precioso, una construcción de madera en medio de unos jardines orientales que me recuerdan mil películas. El espectáculo está más pensado para los turistas pero resulta entretenido. No puedo dejar de pensar que sería el equivalente español de llevar a un chino a un tablao flamenco. La Ópera de Pekín, es una clase de teatro popular que se inició a mediados del siglo XIX y que se hizo extremadamente popular entre la corte de la dinastía Qing. Está considerada como una de las máximas expresiones de la cultura de China

De ese momento guardo otro recuerdo colgado de la pared: una máscara de teatro tradicional, regalo por mi primer cumpleaños en tierras orientales.

10 de septiembre. Pekín

Llueve. Son las 8:30 y nos dirigimos a la famosa plaza de Tiananmén, la más grande del mundo, que muchos de nosotros pensábamos que era virtual o desmontable porque nunca llegamos a encontrarla en nuestros paseos del primer día -otros compañeros de viaje compartieron la misma aventura, según nos contaron ese día entre risas-. En nuestro descargo hemos de decir que no resulta fácil seguir un mapa con todos los nombres en chino (hay que recodar que nuestra visita a China tuvo lugar en una época en la que los móviles con GPS y Google maps no existían aún).

Obviando la plaza (la teoría de que la instalan y desmontan periódicamente cobra cada vez más peso) llegamos a la entrada Sur de la Ciudad Prohibida, nuestra primera visita de esta jornada. Llueve mucho y se hace imprescindible el chubasquero. Por suerte, una visita previa a Port Aventura nos permitió proveernos de tan práctica prenda.

Dedicamos la mañana a rememorar los escenarios naturales en los que Bertolucci, con la ayuda de Storaro, rodó El último emperador. Los palacios de La Armonía, el recinto de los dormitorios de las concubinas y los emperadores, y el museo de los relojes regalados a los emperadores por mandatarios de otros países son algunas de las cosas que contemplamos embelesados.

Construido entre 1406 y 1420 por orden del emperador Yongle, el recinto palaciego fue  durante casi 500  años la residencia oficial de los emperadores de China y su corte, así como un centro ceremonial y político del Gobierno chino. El complejo consta de 980 edificios y ocupa una superficie de 72 hectáreas. Fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 1987 y además está considerado por la Unesco como el mayor conjunto de estructuras antiguas de madera del mundo.

Acabamos la visita alrededor de las 12, recorriendo parte de los jardines imperiales y, cómo no, comprando. En esta ocasión, camisetas. La lluvia, lejos de empañar la visita, ha contribuido a darle un mayor encanto, incluso en las fotografías, exentas de molestas sombras y con una luz especial.

La comida tiene lugar en un restaurante situado a mitad de camino del siguiente destino, el Palacio de Verano. Comida china una vez más. Se produce la primera «insurrección» del viaje: el Motín de la Cerveza. Durante la escasa comida nos enteramos que la cerveza es limitadísima. Pedimos más (pagándola aparte, claro), pero nos la traen caliente, así que nos quejamos. Finalmente, dos amigas almerienses que viajan juntas y son enfermeras (lo llevan en secreto para no ser asediadas por un grupo de la tercera edad que forma parte de la comitiva) descubren que en el bar se vende cerveza de barril fría. Tras rechazar la cerveza embotellada, y aún a riesgo de provocar un conflicto internacional de consecuencias imprevisibles, repostamos en la barra.

Tras la comida nos trasladamos al Palacio de Verano donde, como su nombre, indica, la familia imperial pasaba sus vacaciones. Como Marivent, pero de colosales proporciones y exótica belleza. Sigue diluviando y la visita se hace incomodísima. Sin embargo es impresionante, de veras. Recorremos los jardines imperiales siguiendo el pasadizo artificial cubierto y lujosamente decorado con madera y pinturas, visitamos las dependencias y dormitorios pésimamente iluminados (como ocurre en la Ciudad Prohibida) y acertamos intuir entre la bruma el barco de mármol y el Puente de los 18 ojos que cruza el lago artificial que la emperatriz Zus-shi mandó construir y con cuyos sedimentos se erigió una enorme colina sobre la cual se alza una impresionante pagoda (de ahí lo del trabajo de chinos, digo yo).

A causa del mal tiempo los guías deciden que regresemos al hotel antes de acudir a una cena para degustar el famoso pato laqueado, prevista para hoy, aplazando hasta mañana la visita a la plaza de Tiananmén. Tardamos casi dos hora en llegar al hotel debido al caos circulatorio existente en la capital. Disponemos de menos de media hora para cambiarnos de ropa. Paradojas. El restaurante está ubicado justo enfrente de la famosa plaza. La cena es estupenda y el pato al estilo en que se cocinaba para los emperadores está exquisito. La cerveza corre a buen ritmo, igual que un vino dulce típico.

Tras la cena, Wang nos propone ir de copas. Nos lleva a un pub cálido al estilo USA frecuentado por empleados de las embajadas y consulados, pero con gran presencia de orientales. Un grupo filipino anima el cotarro con versiones de temas de los Rolling Stones y Tina Turner entre otros. Decidimos poner fin a la juerga a las 11. Yo estoy muerto.

11 de septiembre. Pekín y Xian

Hoy es el día en que toca iniciar nuestra ruta por China. A la hora convenida, las 8:30, subimos al autocar. Nos dirigimos al Templo del Cielo, donde los emperadores de las dinastías Ming y Ging celebraban ceremonias rituales para pedir mejores cosechas al cielo. Como por arte de magia, después de tan mal tiempo, el cielo se abre y nos brinda unos rayos de sol entre las nubes durante la visita.

Desde el año 1998 forma parte del catálogo de bienes declarados como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. El conjunto lo forman tres edificios (el Salón de Oración por la Buena Cosecha, el Altar Circular y la Bóveda Imperial del Cielo) y está rodeado por una muralla interior y otra exterior formadas por una base rectangular que significa la tierra y rematadas con formas redondeadas para simbolizar el cielo.

El Templo del cielo está situado al sur de la ciudad de Pekín, en el parque Tiantan Gongyuan, donde hallamos una efervescente actividad. Entre los grupos de personas que encontramos a nuestro paso figura uno de mujeres que interpretan animadas canciones populares coreografiadas.

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Inmediatamente después, la visita pendiente: la famosa plaza de Tiananmén. Llegamos alrededor de las 11:30 y paseamos hasta las 13:00 bajo un agradable sol. En un extremo de la plaza, frente al mausoleo de Mao Zedong, unos obreros preparan maceteros gigantes con flores de cartón. Forman parte de la ornamentación prevista para la plaza con motivo de la celebración de uno de los congresos del partido comunista. En él, según explicó luego Wang, se debatirá la supresión o ampliación de la norma que prohíbe a las parejas tener más de un hijo.

La anécdota del día la protagoniza mi compañera de viaje. Recién iniciado nuestro paseo, una joven se dirige a ella cámara en ristre. Cuando empezamos a pensar que pretende que le hagamos una foto, nos descoloca situándose junto a mi amiga y entregándome a mí su cámara. Si eres alta y rubia en un país asiático, tú eres la exótica. Empiezo a reírme de la situación cuando, de inmediato, el acompañante de la susodicha se acerca corriendo a mí y repite la operación conmigo. También soy exótico con mi pelo largo y mis piernas peludas. A lo largo del viaje comprobaremos en más ocasiones esa sensación de ser diferentes y a menudo me viene a la mente la idea de cómo debió sentirse Marco Polo al alcanzar esos lares en tiempos en los que el turismo no existía.

A las tres de la tarde, después de una comida escasísima, nos trasladan al aeropuerto. Dejamos Pekín y volamos a Xian. Llegamos a las 19:00 a la capital del Sur, aunque tardamos algo más de una hora en el traslado al hotel, donde nos alojamos en la habitación 26900.

12 de septiembre. Xian y los Guerreros de Terracota

Iniciamos la sexta jornada de viaje como todos los días, a las 8.30 horas. Nos dirigimos a unos 35 kilómetros de Xian. El guía local -al parecer, la normativa establece que en cada ciudad nos debe acompañar un guía acreditado allí, al margen de nuestro acompañante oficial en ruta- es una enciclopedia con patas y gafas; de camino nos cuenta de memoria la vida del emperador Qin Shi Huang, el cruel y déspota a quien se atribuye la unificación de todos los reinos para crear el primer imperio chino. Llegamos a las excavaciones prácticamente en el mismo instante en que nuestro guía acaba su explicación. La visita se prolonga durante unas dos horas y nos permite, entre otras cosas, diferenciar los distintos tipos de estatuas: oficiales, soldados, etc. Todo un gran ejército con el que el difunto emperador pretendía amedrentar a propios y extraños en una supuesta resurrección. Se dice que reproduce a su auténtico ejército, por lo que si bien se utilizaron moldes para los cuerpos, las cabezas son réplicas de cada uno de los soldados y, por lo tanto, son distintas todas. Es impresionante, si bien no es posible pasear junto a las filas de soldados en su ubicación. Por fortuna,  han situado algunas de ellas fuera del foso para que podamos contemplarlas de cerca y admirar sus dimensiones: los soldados chinos imperiales eran altos. Las fotografías están prohibidas. Las que aparecen a continuación forman parte de una exposición itinerante visitada en Mallorca años después.

Ya por la tarde, la visita continúa en medio de una intensa lluvia. Nos llevan a conocer la Pagoda de la Gran Oca (o de la «caraoca», como pronunciaba nuestro guía local), un templo budista caracterizado por sus siete tejados superpuestos. A la entrada, dos quioscos albergan una campana (el de la derecha) y un tambor (el de la izquierda) que se usaban para marcar las horas, según explica el guía. En la pagoda, como en todas partes, circula una multitud de personas. Los budistas encienden barritas de incienso a las puertas del altar que alberga las estatuas doradas de Buda. También pueden verse creyentes rezando.

Al finalizar la visita, de gran brevedad, nos dirigimos a una tienda taller de jade ubicada en el centro de la ciudad y después disfrutamos de tiempo libre para recorrer la zona. La ciudad bulle de gente. Bicicletas multicolores recorren las calles bajo una intensa lluvia portando a cientos de personas protegidas con amplios impermeables de múltiples colores. Decidimos acercarnos hasta la Torre de la Campana. Empezamos a caminar en busca de ese monumento, pero pronto nos vemos obligados a preguntar. Lo hacemos en una garita en la que se puede leer en inglés «si está en apuros, pida ayuda a la policía«. Animados por la posibilidad de que allí se hable inglés, pregunto a un agente de trato jovial por la torre. Se ríe pero no entiende mis palabras. Nos reímos todos. Me da un papel para que le escriba el nombre de lo que buscamos. Se lo escribo en inglés, claro, y lo mira como si yo leyera algo en chino. Cara de circunstancias otra vez. Plan B: mímica y onomatopeya. Empezamos a simular un tambor (por la torre) y una campana ¡Bingo! El idioma universal nunca falla. De pronto abandona la garita y nos indica que le sigamos. Lo hacemos a toda velocidad y nos lleva hasta el monumento. Tras varias reverencias mutuas de agradecimiento y despedida nos deja a nuestra suerte.

Regresamos al punto de encuentro y, como algunas de las viajeras del grupo de las de  más edad siguen perdidas, Wang nos da permiso para una nueva «excursión». Nos acercamos hasta un mercado de pescado y serpientes.  Un montón de gente pasea por unas galerías cubiertas contemplando la gran variedad de sapos, culebras, caracoles (enormes), pescado y marisco. Prácticamente todo el género está vivo. Algunas serpientes de agua, alojadas en cestos de mimbre, intentan escapar cayendo al suelo. Se mueven torpemente, sin conseguir avanzar junto a nuestros pasos hasta que alguien las vuelve a depositar en el cesto a la espera de ser vendidas para convertirse en suculento ágape. En mercados de todo el mundo hemos visto animales muertos despellejados colgando, pero este espectáculo es inaudito para ojos occidentales. Ya en el autocar, Wang nos cuenta cómo se prepara la serpiente. Nos narra la anécdota de un cocinero que, tras cortar la cabeza de una serpiente venenosa y dejarla sobre la mesa, murió envenenado porque inconscientemente fue a cogerla para tirarla y ésta «le mordió».

Nuestra jornada en Xian concluye a las 19:30 con un espectáculo sobre la música, las danzas y la cultura, en general, referidas al período Tang. Se trata de un montaje destinado a los turistas, de gran colorido y belleza, pero un tanto artificial, y ejecutado en playback.

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13 de septiembre. Xian

Nos levantamos a las 7 de la mañana. Para variar, sigue lloviendo. A las 9 nos recogen para realizar la visita a las Murallas de Xian, que es la mejor conservada de todas las que defendían las ciudades de China. Fue construida durante la dinastía Ming y se conserva intacta en su totalidad. Tiene forma rectangular y una longitud aproximada de 14 kilómetros. Su altura es de 12 metros y el ancho varía entre los 15 y los 18 metros. Alrededor de toda la muralla se encuentran torres de vigilancia y diversas edificaciones defensivas.

Con esta visita concluye nuestra estancia en Xian. A las 10:30 nos conducen hasta la estación de ferrocarril. Nuestro tren parte a las 12 menos seis minutos. Nos esperan más de seis horas de trayecto a través de un paisaje campestre en el que domina el verde y las aldeas de campesinos, imágenes bucólicas que hemos visto en tantas y tantas películas. A las 18:50 llegamos a nuestro destino, Luoyang, donde sigue lloviendo copiosamente. Nos alojan en el hotel Peonia, supuestamente el mejor de la ciudad según algunas guías de viaje, aunque no deja de ser cutre. Eso sí, la cena resulta de lo mejorcito. Nos acomodan en la habitación 614.

14 de septiembre Luoyang y Grutas Longmen

¡Y no para de llover! Dejamos el hotel pasadas las 9 de la mañana, camino de las cuevas Longmen. Durante el camino, el nuevo guía local nos explica que fue en esta ciudad donde se inventó el papel y un sismógrafo rudimentario. También hace un repaso de la situación sociolaboral de China. Partiendo de la base de que Luoyang es la ciudad que aglutina a las empresas más importantes del país, cuenta que éstas se encuentran ahora en declive. Explica asimismo la política de reparto del trabajo que se está aplicando en todo el país y añade que en el XV Congreso del Partido Comunista, que se celebra estos días, se debate también sobre la situación de esas empresas.

250px-Lactiflora1b.UMEEntre las explicaciones del guía logramos entender el motivo del nombre de nuestro hotel. La peonia es la flor que se cultiva en la zona y que ha sido adoptada como uno de los símbolos de China. Existen más de 300 variedades, siendo la negra y la verde las más apreciadas.

Llegamos a Longmen, que significa Puerta del Dragón (los emperadores se consideraban hijos del dragón). Este recinto sacro se halla al Sur de la ciudad, entre dos colinas, y su ubicación se considera afortunada. Su morfología es caliza. Las grutas de Long Men servían como capillas reales y para los cortesanos, y estaban erigidas en honor de los dioses. Los Budas gigantes esculpidos en la roca son su seña de identidad. Su construcción se inició cuando la dinastía Wei del Norte trasladó la capital a Luoyang. A partir de ese momento, cada uno de los emperadores contribuyó a su desarrollo con diversas aportaciones. Se han documentado 2.345 grutas y nichos, 2.800 inscripciones, 40 pagodas y cerca de 100.000 imágenes budistas. La más grande es la Gruta de Fengxian.

A las 14:30 horas partimos nuevamente desde nuestro hotel con destino al monasterio del Caballo Blanco. Durante el trayecto el guía nos habla del río Amarillo, que recibe este nombre por pasar por la meseta del mismo nombre, donde se desarrolló la civilización china. Cuenta éste que en los últimos 3.000 años el río ha inundado sus márgenes cada dos años, provocando 16 catástrofes naturales, la última de las cuales tuvo lugar en 1947. Añade que el río arrastra 1.600 toneladas de barro y arena por año hasta el mar.

Avanzamos por una amplia autovía flanqueada por maizales. Sigue lloviendo, aunque parece que el cielo blanco deja penetrar un poco más de luz. Dejamos atrás un parque de atracciones que emula al castillo de Cenicienta de Disneyworld y atravesamos el Barrio musulmán de la ciudad. Seguimos avanzando junto a las vías del tren. Una línea que cruza la autovía por encima es recorrida por un largo convoy (todos los trenes en China son largos) cargado con tractores y excavadoras. En la ciudad de Luoyang está ubicada la primera factoría del país dedicada a la construcción de tractores, que fue fundada con la ayuda del gobierno de la antigua Unión Soviética. Ahora también se ve afectada por la crisis.

Media hora después llegamos al templo del Caballo Blanco, denominado así porque supuestamente en él yacen los restos de los primeros monjes hindúes que trajeron el budismo a la ciudad, que, según la tradición, llegaron a lomos de un caballo blanco. En su interior hay varios templetes con altares dedicados a Buda. Contienen estatuas de grandes dimensiones que le representan a él y a los guerreros que le custodian. Diversos monjes oran a ratos y pasean por los jardines bajo la lluvia.

Tras la visita nos espera un largo trayecto en tren. Son 13 horas en total, que pasamos intentando dormir en nuestras estrechas literas mecidos por el consabido traqueteo del ferrocarril.

15 de septiembre. Nankín

A las 9:30 horas llegamos a la capital de Jiangsu. Allí nos aguarda Shen, nuestro nuevo guía, quien nos lleva inmediatamente a visitar el Puente de Hierro a dos niveles, que atraviesa el mítico río Yant-Se, el más grande de China. Tiene 1,5 kilómetros de distancia y es el más largo que atraviesa el río. Constituye un símbolo del esfuerzo chino por salir adelante como nueva nación. En su construcción, que se prolongó durante 9 años, sólo se empleó tecnología y mano de obra autóctonas en un claro desafío contra las naciones extranjeras que apostaban que China no podría llevar a cabo con éxito tamaña empresa. Cuatro personas fallecieron en accidentes laborales durante la construcción. En el interior de una de sus torres se conserva la única estatua dedicada a Mao que aún existe y, desde lo alto de la misma se puede contemplar una panorámica del puente y de la ciudad, dominada por rascacielos de dudosa belleza.

Concluida la visita propagandística nos acomodan en el hotel Xuanwu, el mejor de todos los que nos hemos conocido hasta ahora. A las 12:30 nos llevan a un buffet para comer algo mientras el sol se filtra entre las nubes ¿Finalizan las lluvias?

Tocadas las 14 horas partimos hacia el mausoleo de Sun Yat Sen, fundador de la República China. Fue diseñado por el arquitecto Lu Yanzhi en la ladera de las Montañas Púrpura, entre 1926 y 1929 y ocupa una superficie de aproximadamente 80.000 m². Tiene forma de campana y su entrada se realiza por una escalera de 392 escalones. Sobre la tumba está situada una estatua de 4,6 metros de alto, del propio Sun, esculpida en mármol blanco italiano. A modo anecdótico el guía Chen cuenta que el árbol simbólico de la ciudad es el abeto de Tíbet, que puede contemplarse en algunas calles de Nankín

A continuación recorremos el camino sagrado de los emperadores Ming, flanqueado por animales mitológicos y sagrados. Nuevamente gozamos de los fabulosos jardines chinos, llenos de actividad. Desde allí vemos, entre otras cosas, a un grupo de jóvenes militares realizando instrucción.

El museo arqueológico de la ribera del Yang-Tse es la siguiente parada. Objetos de uso cotidiano de las dinastías Qing, Ming y Tang. Después nos llevan a recorrer las callejuelas del barrio antiguo, que ya están preparadas para celebrar, mañana, la Fiesta de la Luna (también conocida como  festival de medio otoño), acontecimiento en el que se reúne la familia una vez al año y que se caracteriza por la colorista iluminación de los edificios con infinidad de farolillos de colores. Nos encontramos con un barrio lleno de tipismo que nos seduce por completo. Fieles a la tradición, muchas de las casas están decoradas con luces de colores y algunos farolillos rojos, cuyos reflejos destacan en las aguas del canal. Visitamos un mercadillo de gran colorido y acabamos nuestra jornada cenando en el restaurante giratorio de la última planta de nuestro hotel.

16 de septiembre. Nankín y Suzhou

Abandonamos la habitación 1525 del hotel Xuanwu a las 8:30. El sol luce por segundo día consecutivo cuando nos dirigimos hacia el lago de la ciudad. Tras un brevísimo paseo por el parque que lo circunda, nos llevan a visitar una factoría de perlas, que yo decido obviar. Me voy a investigar por mi cuenta. En el parque se respira una gran paz. Algunos personas practican Tai-chi o descansan solitarios en recónditos lugares con la única compañía de la contemplación de unos lotos flotantes. Cerca de allí, algunas personas se animan a subir a varias atracciones de feria: una especie de casa del terror con cochecitos de aspecto entre rancio y kitsch y un túnel del amor con barquitos de igual aspecto.

Cuando regreso están todos en el autobús y éste en marcha. El taller no ha tenido el éxito esperado, según parece, pues yo he regresado a la hora convenida. Nos dirigimos nuevamente a la estación de ferrocarril. Nuestro tren sale a las 10 con destino a Suzhou. 

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Llegamos a nuestro destino cuando son las 13:10 horas. Vamos directos al hotel Suzhou para comer un surtido de platos de lo peor. Nuestras maletas llegarán en el siguiente -nos dicen- porque no cabían en nuestro tren ¡Uy, uy, uy! Tras el magnífico hotel de Nankín éste nos parece cutre, aunque las habitaciones no están mal. Nos dan la 2520.

Suzhou es la ciudad que aglutina las principales sederías del país, por lo que nos llevan a visitar una fábrica de sedas, lógicamente, con el ánimo de que sigamos comprando. La visita resulta ser de lo más frustrante, incluida la tienda. Nos quitamos el mal gusto paseando por los recovecos del Jardín del Administrador Humilde, el más grande de los jardines privados chinos, según nos cuenta la guía local que se hace llamar Fátima (todos los guías usan nombres españoles). Puentes de madera, pequeñas pagodas, flores, nenúfares y un jardín-vivero de bonsais forman parte del paisaje. Nos sorprenden sus dimensiones y su belleza. El jardín contiene numerosos pabellones y puentes que conectan las pequeñas islas que forman las aguas que lo llenan. Las guías informan que, además de por la seda, Suzhou es conocida por ser la ciudad donde se hallan los jardines más hermosos de China.

Al regresar al hotel las maletas no han llegado aún. Un reducido grupo decidimos salir en busca de restaurante. No hallamos ninguno de nuestro agrado, así que decidimos seguir el consejo de nuestro guía Wang e ir a un hotel de 4 estrellas que cuenta con un buffet occidental. Un acierto total, por 4.000 pesetas (24 euros al cambio) disfrutamos de una comida y un servicio de gran calidad.

Al volver al hotel nos aguarda Wang con un empleado del ferrocarril. Por lo visto falta la mía. A base de los golpes que les propinan al cargarlas se ha roto la etiqueta identificativa y se ha extraviado. Afortunadamente tienen otra que no saben a quién pertenece y resulta ser la mía.

17 de septiembre. Suzhou, la Venecia del Este

Tras un frugal desayuno a base de tostadas y pastelitos, nos ponemos en marcha. Vamos a visitar otro de los espacios verdes famosos en la ciudad, el Jardín del Pescador; es el más antiguo, aunque más pequeño que el que visitamos ayer. Nos encontramos con una agradabilísima sorpresa. En uno de sus estanques se ruedan escenas para una serie de televisión. Actores con trajes de época escenifican una toma relacionada con la captura de ranas. La pobre guía tiene que rendirse ante la evidencia de que nos resulta más interesante esa escena que sus explicaciones. El jardín es bellísimo y la «decoración excepcional» nos retrotrae a la época en que éste fue concebido.

Al finalizar nuestro particular viaje al pasado alquilamos una excursión en barco por los canales de la ciudad. Desde el agua podemos contemplar todo el tipismo de la zona. Grandes barcazas cargadas con todo tipo de materiales navegan río abajo. Niños y ancianos nos saludan al pasar desde las puertas y ventanas que dan a los canales. Suzhou es considerada la Venecia del Este, aunque su belleza radica en el encanto de la pobreza de las viviendas que se descuelgan sobre sus aguas.

La singladura resulta de lo más agradable y se prolonga durante una hora aproximadamente. Nos lleva directos hasta la Colina del Tigre, donde se ubica una pagoda del siglo X que se halla inclinada tras ceder parte de sus cimientos (inevitables las comparaciones con Pisa). Recibe el nombre de Pagoda de Yunyan, es de base octogonal y se eleva en 7 pisos hasta alcanzar los 47 metros de altura. El ambiente en la colina es festivo. Grupos folklóricos acaban de actuar cuando llegamos nosotros. Hay diversos edificios antiguos y bonsais de gran longevidad. Dedicamos el resto de la tarde a pasear y realizar compras.

18 de septiembre. Shangai

A las 8:16 horas sale el último tren que tomaremos en este viaje. Nos espera un trayecto de algo más de una hora hasta alcanzar el andén de la estación de Sanghai. El vagón es de mayor lujo que los que hemos conocido hasta ahora y, como ocurrió en otros trayectos, las azafatas intentan vendernos corbatas y pañuelos de seda, así como comida y bebida.

Llegamos a destino a las 9:16 horas y vamos directamente a visitar el Templo del Buda de Jade, donde hay un gran ajetreo porque, según parece, es un día de celebración para los budistas. Muchas personas están orando frente a los altares y depositan incienso en los lugares habilitados para ello. Un padre enseña a su pequeño hijo (aparentemente menos de un año) cómo debe prosternarse ante el ídolo. Entre los templetes destaca uno de enormes figuras recubiertas de pan de oro. El Templo del Buda de Jade fue construido  en 1882 y conserva 7.000 antiguos manuscritos. Es muy popular por exhibir una imagen del Buda Sakyamuni, traída de Birmania.

A las 11:30 estamos ya en el hotel East China, donde nos asignan la habitación 1803. Es un establecimiento céntrico pero un tanto desvencijado. El minibar está vació y desconectado; además la televisión está estropeada. Nuestra vista es un enorme neón que representa a un pollo y, al lado, una panorámica de la ciudad. Wang anuncia que las maletas llegarán más tarde ¡Ya estamos otra vez!

El bus nos recoge a las 12:30 para ir a comer a un restaurante llamado La Gaviota, situado en zona portuaria, frente a la Torre de la Televisión, en ese momento el edificio más alto de Asia y el tercero más alto del mundo. El mirador adyacente nos facilita una panorámica espectacular que los aficionados a la fotografía procedemos a inmortalizar. Es el aperitivo a las que disfrutaremos desde el famoso malecón o Bund de Shangai, desde donde se contempla uno de los skyline más famosos de toda Asia.

El siguiente punto de interés es la popular calle Nankín, centro del comercio de Shangai, adonde llegamos a las 15:30 para deambular por la zona y contemplar sus coloristas carteles gigantes que penden de los rascacielos. Está considerada como una de las calles de tiendas más transitadas de todo el mundo, cosa que podemos comprobar al ver los ríos de gente que circulan por ella en dirección al  Bund o en sentido opuesto. Es una explosión de color difícil de digerir.

Recorremos un mercadillo ubicado en las calles adyacentes y entramos en unos grandes almacenes de estilo totalmente occidental donde no faltan tiendas de las principales marcas de moda. Resulta fascinante el duro contraste entre las calles de aspecto tercermundista con puestos de venta ambulante de animales vivos, más propias de tiempos pretéritos en los que las leyes de Sanidad no cuentan, y el lujo occidental de algunos rascacielos. El choque de culturas se manifiesta como algo que empieza a ser una hibridación. Una bailarina se dirige en bicicleta ataviada con su colorido traje presumiblemente a participar en algún espectáculo en mitad del bullicio de la urbe. Un padre acomoda a sus hijos en su motocicleta tras recogerlos a la salida de clase, convenientemente vestidos con sus uniformes al estilo occidental. A tan solo unos metros, gallinas cacarean encerradas en jaulas de madera para ser vendidas, mientras en otro puesto la carne se cortada para ser vendida al aire libre. Mires adonde mires las escenas cotidianas se suceden, en ocasiones más propias de la vida de un pueblo que de una gran ciudad. Fascinante.

Para concluir la jornada, decidimos ir a cenar a un restaurante italiano llamado Salvatore, recomendado por un amigo de uno de nuestros compañeros de viaje.

19 de septiembre. Shangai

Iniciamos el día con un paseo por el casco histórico de Shangai, que ha sido peatonizado y conserva edificios antiguos de gran belleza. Allí  descubrimos el puente construido en  zigzag  para ahuyentar a los malos espíritus, que da acceso al jardín Yu Yuan, donde una vez más podemos constatar la calidad de vida de las clases sociales altas de antaño. Pabellones concebidos para el relax y el ocio, estanques, flores y toda la parafernalia habitual forma parte de dicho jardín, donde un enorme dragón corona las tapias que lo rodean.

Seguimos la visita por los alrededores, poblados de una multitud de comercios. Nada más salir del jardín, a mano derecha, hallo una tienda en la que venden curiosas cajas antiguas de hueso decoradas con motivos eróticos para guardar gafas.

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A mediodía, los organizadores nos tienen prevista una comida en un restaurante mongol. El buffet lo componen ensaladas y diferentes carnes crudas desmenuzadas que tú recoges y mezclas con salsas. Un cocinero te las asa al momento en una plancha valiéndose de unos largos palillos de madera con los que las remueven y las lanzan al aire. Espectacular y exquisito.

Tras el ágape nos trasladamos a otro tramo de la calle Nankín, para pasear hasta el malecón. Repetiremos ruta por la noche para contemplar las luces de la ciudad más occidental de China (con permiso de Hong Kong) y así despedirnos de la magia oriental. A la mañana siguiente tenemos el vuelo de regreso a España que también tuvo su historia.

Epílogo. Ibiza, días después

Resulta extraño estar sentado en otra vez en la terraza del Montesol y pensar en la intensidad de los días pasado en china. Me siento totalmente desbocado y empiezo a pensar que quizás este viaje ha hecho en mí mas mella de lo que creía. En todo caso, espero a tener la diapositivas para rememorar las imágenes perdidas en la neblina de la memoria, ese momento mágico en que, de golpe, se redescubren mil sensaciones de belleza. Con la revisión de esas imágenes se recupera el alma del viaje, que ahora se halla confusa por la avalancha de datos.

Muchas han sido las vivencias acumuladas en tan sólo 12 días y mucha la actividad realizada. Ahora los recuerdo se amalgaman en espera de un orden . Las sensaciones que  escapan a ese caos momento son también confusas y se entremezclan al extremo de impedir su correcta percepción. Sin embargo, subyace las conclusiones del choque cultural y emocional con una realidad fascinante, al igual que el deseo irrefrenable de volver a experimentar esas emociones.

Tal vez un año de éstos.

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